Trepadora mortal

¿Qué es el amor sino una hiedra peligrosa?
Se extiende entre el jardín de besos
Que son posados en el nacimiento de una espalda.
Se tatúa con furia
entre temblores fugaces.
Tortura el recuerdo
que lleva al paraíso.
Habla palabras sin letras,
leídas en los ojos.
Dibuja con paciencia su silueta enroscándose entre las piernas.
Esculpe la pasión con cada mordida…
aprieta, asfixia, ensombrece.
Se adueña del territorio de la carne y el pensamiento
hasta que la estructura de vida no es otra cosa que una lejana sombra.
Y al momento de morir,
cuando se le arranca de raíz,
cuando la furia acuchilla su génesis
quedan los rastros de su existencia.
Deja marcado el marrón de sus extensiones sangrantes,
la impresión de sus cruces,
los surcos de su corazón encaprichado.
Y queda el cuerpo, nuevamente desnudo,
a la intemperie,
temblando,
llorando,
clamando el resurgir de la trepadora
aunque signifique morir a manos propias.
Dejándose tragar por la tierra,
convirtiéndose en terreno fértil
Para la resurrección del dolor.

Y.S.B. © 2006